INTRODUCCIÓN
La salud mental en el adolescente es prioritaria para los sistemas de salud, ya que una de cada cinco personas en el mundo está en esa etapa, y el 85% vive en países en desarrollo. En 2009 se registraron en México 12.8 millones de adolescentes entre 12 y 17 años; 6.3 millones eran mujeres y 6.5 millones, hombres (Fondo de las Naciones Unidas para la información [UNICEF, por sus siglas en inglés], 2013).
La transición epidemiológica de los adolescentes mexicanos está determinada por procesos sociales y de salud, a saber: a) variables demográficas y patrones reproductivos, b) empleo y educación, c) salud y sexualidad y d) acceso a los servicios en general (Santos-Preciado et al., 2003). Destacan factores relacionados con la salud, como infecciones de transmisión sexual (ITS) (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2013; Secretaría de Salud, 2002; Stern, Fuentes-Zurita, Lozano-Treviño & Reynoso, 2003), violencia en las relaciones de pareja y, en general (Villaseñor-Farías, 2003), depresión (Rivera-Rivera, Allen, Rodríguez-Ortega, Chávez-Ayala & Lazcano-Ponce, 2006), así como otros trastornos psiquiátricos relacionados con la nutrición y el consumo de sustancias adictivas (OMS, 2013; Secretaría de Salud, 2002), con tendencia a manifestarse al término de la infancia y principios de la adolescencia. Se estima que casi dos tercios de las muertes prematuras y un tercio de la mortalidad total de los adultos están relacionados con las condiciones o comportamientos que se inician en la juventud (OMS, 2013).
Para adolescentes y adultos latinoamericanos pertenecer a estratos socioeconómicos bajos se asocia con mayor riesgo a desarrollar trastornos mentales y de abusar y depender del alcohol (Ortiz-Hernández, López-Moreno & Borges, 2007). En México, los principales problemas que afectan a la población menor a 18 años son: depresión, déficit de atención, trastornos alimentarios y alteraciones mentales, en algunos casos a consecuencia del consumo de alcohol y de drogas ilegales (López-Díaz, 2013).
La Encuesta Nacional de Adicciones 2011 señala que el índice de uso de drogas por los adolescentes es bajo, aunque con tendencia al incremento debido a que el consumo de cualquier droga creció significativamente al pasar de 1.6% en 2002 a 3.3% en 2011. El consumo de cualquier droga ilegal aumentó de 1.3% a 2.9%, estabilizándose entre 2008 y 2011. La marihuana es la droga de mayor consumo (2.4%), siguiendo los inhalables (0.9%) y la cocaína (0.7%). En la zona del Bajío del país, los inhalables han tenido el crecimiento más pronunciado, principalmente en estudiantes de secundaria y bachillerato (Villatoro et al., 2012).
Los desórdenes de estado de ánimo se presentan mayoritariamente en adolescentes mujeres con respecto a adolescentes hombres; estos últimos se ligan al uso de sustancias que producen adicción (Andrade, Betancourt, Vallejo, Celis & Rojas, 2012; Benjet et al., 2009a). Para adolescentes de ambos sexos, el trastorno de ansiedad es el de mayor prevalencia, siendo los factores socio-demográficos con mayor asociación sexo, abandono escolar y ocurrencia de un suceso inesperado durante la adolescencia, por ejemplo, tener un hijo o casarse (Benjet, Medina-Mora, Borges, Zambrano & Aguilar-Gaxiola, 2009b).
El Inventario Multifásico de la Personalidad de Minnesota para Adolescentes (MMPI-A) como instrumento en investigación
La validez del Inventario Multifásico de la Personalidad de Minnesota para Adolescentes (MMPI-A, por sus siglas en inglés) ha sido probada en estudios de diversas poblaciones y condiciones de los adolescentes (Archer, Bolinskey, Morton & Farris, 2002; Cashel, Ovaert & Holliman, 2000; Forbey & Ben-Porath, 2003; Handel, Archer, Elkins, Mason & Simonds-Bisbee, 2011; McGrath, Pogge & Stokes, 2002; Morton & Farris, 2002; Veltri et al., 2009), en la evaluación de características de la personalidad (Rinaldo & Baer, 2003) y en su aplicabilidad en países hispanoparlantes, como Colombia, México, Perú y España (Scott, Butcher, Young & Gómez, 2002).
En comparación con otros instrumentos, por ejemplo Screening Version of the Psychopathy Checklist (PCL:SV), el MMPI-A ha sido superior en predecir la cantidad total de infracciones o delitos cometidos por adolescentes delincuentes recluidos (Hicks, Rogers & Cashel, 2000) y para clasificar con precisión la sintomatología depresiva (Archer & Krishnamurthy, 1997).
El MMPI-A también ha servido como herramienta para identificar adolescentes que consumen sustancias adictivas. Las escalas Reconocimiento de Problemas con Alcohol/Drogas, Tendencia a Problemas con Alcohol/Drogas (Vinet & Faúndez, 2012) y Alcoholismo de MAC-Andrew, poseen capacidad muy alta para discriminar a adolescentes de ambos sexos consumidores de drogas (Stein & Graham, 2001). En las escalas Depresión (D), Desviación Psicopática (Dp) y Psicastenia (Pt), más del 90% de adolescentes con historial de uso de drogas ilícitas y comorbilidad psiquiátrica puntuaron alto (Magallón-Neri et al., 2012). Adicionalmente, es efectivo distinguir entre adolescentes delincuentes de los no delincuentes, con base en las puntuaciones obtenidas en las escalas de validez (Morton & Farris, 2002). Puntuaciones altas en las escalas Dp y Esquizofrenia fueron distintivas de adolescentes ofensores sexuales, mientras que Histeria y Pt lo fueron para adolescentes ofensores no sexuales (Losada-Paisey, 1998).
El MMPI-A demostró éxito en clasificar a adolescentes, con o sin sintomatología del Trastorno de Estrés Post-Traumático (PTSD, por sus siglas en inglés) (Cashel et al., 2000), en identificar a jóvenes abusados sexualmente (Forbey, Ben-Porath & Davis, 2000), en riesgo de suicidio (Kopper, Osman, Osman & Hoffman, 1998), con sintomatología depresiva (Archer & Krishnamurthy, 1997), con desórdenes alimentarios (Cumella, Wall & Kerr-Almeida, 1999) y a posibles desertores escolares (Gumbiner, 1998).
Generar conocimiento sobre adolescentes en México es de enorme importancia por ser una etapa de transición y, principalmente, por el conocimiento escaso que se tiene sobre ese grupo de población. Los sucesos actuales en nuestro país afectan directa o indirectamente a los adolescentes. Disciplinas como la Psicología buscan explicar fenómenos individuales (por ejemplo, trastornos mentales) y sociales (por ejemplo, bullying), por ello es necesario realizar estudios de forma sistematizada y consecuente para evaluar el efecto del contexto en la personalidad y conocer el estado actual, así como el curso de las características de la personalidad.
La tendencia del sector adolescente de la población a aumentar el consumo de sustancias adictivas puede generar posteriormente trastornos mentales, alimentarios y suicidio (López-Díaz, 2013; Stein & Graham 2001; Vinet & Faúndez, 2012). Igualmente, inducen la iniciación precoz de relaciones sexuales con desinformación sobre sexualidad, conduciendo a embarazos no deseados y a infecciones de transmisión sexual y a la generación de familias disfuncionales. Estos fenómenos son auto-replicables o se acentúan en este sector poblacional, afectando su desarrollo individual y la evolución de las sociedades. El objetivo del presente estudio fue caracterizar rasgos de personalidad de una muestra de adolescentes estudiantes de secundaria, de una zona urbana conflictiva.
MATERIALES Y MÉTODOS
Se invitó a participar a todos los adolescentes estudiantes del tercero de secundaria de los turnos matutino y vespertino de una escuela secundaria técnica, asistiendo a sus clases ordinarias el día de la promoción e invitación. Se seleccionó la entidad educativa porque tiene altos índices de reprobación y de deserción (Secretaría de Educación de Guanajuato [SEG], 2011; Secretaría de Educación Pública [SEP], 2010) además de estar enclavada en una zona habitacional considerada de alto riesgo en el Estudio básico de comunidad objetivo de los Centros de Integración Juvenil en León, Gto. (CIJ, 2013). Adicionalmente, la zona se caracteriza por nivel socioeconómico bajo (Consejo Nacional de Población [CONAPO], 2010), alto índice de pandillerismo, reyertas, drogadicción, promiscuidad y robos (Comunicación personal con la Sra. Gabriela Calderas de la Secretaría de Seguridad Pública, 2013). A partir de un total de 280 estudiantes reportados por la escuela para el tercer grado, respondieron 25 personas, entregando el consentimiento informado signado por los padres y contestaron las encuestas. La aplicación del MMPI-A, la prueba BETA-III y una encuesta socio-demográfica para caracterizar a la muestra, se efectuó colectivamente en la biblioteca escolar, bajo la supervisión del equipo de investigación y la presencia de un maestro. Secuencialmente, se administraron el BETA-III de forma cronometrada, el MMPI-A y la encuesta socio-demográfica sin límite de tiempo. Las respuestas se analizaron por un miembro del equipo, experto en psicometría. Los resultados se analizaron empleando estadística descriptiva e inferencial, utilizando un programa Statistical Package for the Social Sciences (SPSS v-21). Con la prueba BETA-III se descartaron factores de capacidad intelectual que pudieran interferir en la comprensión de la prueba MMPI-A.
Instrumentos
El MMPI-A (Butcher et al., 1992; Lucio, Ampudia & Durán, 2004) consta de 478 reactivos, en formato verdadero-falso, que aportan a 38 escalas distribuidas en cuatro grupos: validez, clínicas o básicas (Hipocondriasis [Hs], Depresión [D], Histeria [Hi], Desviación Psicopática [Dp], Masculinidad-Femineidad [Mf], Paranoia [Pa], Psicastenia [Pt], Esquizofrenia [Es], Hipomanía [Ma] e Introversión Social [Is]); de contenido (Ansiedad [ANS], Obsesividad [OBS], Depresión [DEP], Preocupación por la Salud [SAU], Enajenación [ENA], Pensamiento Delirante [DEL], Enojo [ENJ], Cinismo [CIN], Problemas de Conducta [PCO], Baja Autoestima [BAE], Aspiraciones Limitadas [ASL], Incomodidad en Situaciones Sociales [ISO], Problemas Familiares [FAM], Problemas Escolares [ESC] y Rechazo al Tratamiento [RTR]), y suplementarias (Alcoholismo [MAC], Reconocimiento de Problemas con el Alcohol y/o drogas [RPAD], Tendencia a Problemas con el Alcohol y/o drogas [TPAD], Inmadurez [INM], Ansiedad [A] y Represión [R]).
Las hojas de respuesta se calificaron manualmente, mediante las plantillas provistas en el instrumento. Se obtuvieron las puntuaciones naturales de las escalas de validez, básicas/clínicas, de contenido y suplementarias, en ese orden. Para obtener la probabilidad de que los participantes presenten las condiciones que evalúa el MMPI-A se obtuvieron las puntuaciones T, ubicando los valores crudos en la hoja de perfil. La clasificación de las puntuaciones T se realizó acorde con las escalas de la prueba que equivalen a: validez Baja > 45 y Alta > 80; escalas básicas/clínicas Normal > 60, Moderada alta 60-64 y Alta > 65; escalas de contenido Baja > 55, Normal 55-65 y Alta > 65; escalas suplementarias Normal > 60, Moderada alta 60-64 y Alta > 65.
La prueba BETA-III (Kellogg & Norton, 2010); consta de cinco subpruebas (claves, figuras incompletas, pares iguales y pares desiguales, objetos equivocados y Matrices). Se aplicó con un tiempo límite de 30 min. Proporciona una estimación de la capacidad intelectual no verbal de las personas. Las subpruebas evalúan varias facetas, incluyendo procesamiento de información visual, velocidad de procesamiento, razonamiento espacial y no verbal, así como aspectos de la inteligencia fluida.
De manera similar al procesamiento de la prueba MMPI-A, el test Beta-III se calificó manualmente, utilizando la plantilla de respuestas. Se obtuvieron las puntuaciones naturales de las cinco subpruebas. Se utilizó la tabla A-1 de la estandarización de 16-17 años para identificar las puntuaciones escalares de las subpruebas. A partir de la suma resultante se identificó su equivalente en Cociente/Coeficiente Intelectual (CI). Asimismo, se clasificó el CI para cada uno de los participantes, basándonos en los estándares de la prueba.
Se aplicó encuesta socio-demográfica sobre características generales (sexo, edad, estado civil) y aspectos familiares, escolares, de salud, económicas e interacción social.
DISCUSIÓN
Estudios donde se utilizó el MMPI-A como instrumento de investigación para evaluar diferentes poblaciones de adolescentes, incluyendo delincuentes juveniles y consumidores de alcohol/drogas, han señalado escalas que son útiles para identificar conductas específicas y discernir entre poblaciones estudiadas (Cashel, 2000; Cumella et al., 1999; Gumbiner, 1998; Kopper et al., 1998; Losada-Pasey, 1998; Magallón-Neri et al., 2012; Miccuci, 2002; Morton & Farris, 2002; Morton, Farris & Brenowitz, 2002). En la muestra evaluada en este estudio, las escalas que registraron puntajes altos han sido ligadas a adolescentes infractores (escalas Hi, Dp y Es; Losada-Paisey, 1998), a sintomatología del PTSD (Dp y Es) (Cashel et al., 2000) y a desórdenes alimentarios (Hs y Hi; Cumella et al., 1999). Estas características se interpretan como factores de riesgo para la salud mental de los adolescentes.
Al analizar los datos llamó la atención las diferencias en función al sexo; los adolescentes hombres puntuaron más alto que las mujeres en las escalas de contenido, en la escala clínica Es, así como en la escala suplementaria TPAD (relación 7:1). Además, se observó tendencia a la asociación entre género y TPAD (p = 0.063, x2 = 5.538). Estos datos subrayan la mayor propensión de los varones a las adicciones, como se ha demostrado en otros estudios. Las mujeres mostraron mayor grado de introversión social, evidenciada por puntuaciones más altas en la escala clínica Is. Estas diferencias entre sexos también han sido reportadas en otros estudios, como los relacionados con desórdenes del estado de ánimo, donde se presentan mayoritariamente en mujeres, mientras que los hombres se ligan a escalas relacionadas con el uso de sustancias que producen adicción (Andrade et al., 2012; Benjet, et al., 2009b).
En la prueba BETA-III, los participantes se ubicaron en el rango Extremadamente bajo a Promedio bajo, probablemente debido a dificultad en el procesamiento de información visual, velocidad del procesamiento, razonamiento espacial y no verbal, así como a otros aspectos de la inteligencia fluida. Esta observación es de suma importancia, ya que sugiere limitación de la capacidad para resolver problemas.
Los resultados hacen evidente que la detección temprana de alteraciones de la salud mental es sumamente importante en las diferentes estrategias de mejoramiento social, incluyendo la prevención de la violencia, la mejora en la calidad educativa y, desde luego, en la calidad de vida de la sociedad.
Como perspectiva, consideramos necesario ampliar la muestra, estudiar diferentes estratos sociales y entornos geográficos diversos, para caracterizar los rasgos de personalidad y las capacidades de los adolescentes mexicanos en general.